Yacimientos y restos arqueológicos.
El Valle de Villaescusa tuvo un enclave privilegiado por su proximidad al mar y por la Ría de Solía que facilitaba la pesca y el marisqueo , además de los bosques y las numerosas cuevas habitables hicieron que tuviera presencia humana desde hace unos 80.000 años de una forma ininterrumpida. Las cuevas mejor exploradas son Cueva Morín, La Castañera y La Peñona. El yacimiento de Cueva Morín ha permitido estudiar las formas de vida cotidiana de los pobladores dado el uso intensivo que se hizo en ella por diferentes grupos durante cientos de años. Se han encontrado diferentes tipos de piezas líticas como hachas, raspadores y buriles, también azagayas de hueso, moluscos. Muchos de estos restos se encuentran en el Museo Arqueológico Nacional así como en el Museo Regional de Prehistoria. El hallazgo más espectacular fue el descubrimiento de un pseudomorfo humano que corresponde a un enterramiento con sus ajuares funerarios, lo que se encontró fue el molde de lo que constituyó el cuerpo de un individuo adulto.
EL ENTERRAMIENTO DEL HOMBRE DE MORIN
En la cueva de Morín (Villaescusa-Cantabria) se encontraron uno de los enterramientos más antiguos que se conocen en la Península Ibérica. Realizados en el período prehistórico auriñaciense (Paleolítico Superior) hace aproximadamente 29.000 años, presentan unas características muy especiales, apreciables, sobre todo, en uno de ellos: el perteneciente al llamado Hombre de Morin.
Las condiciones microclimáticas de la cueva han permitido la conservación de este enterramiento, posibilitando que conozcamos cómo fue enterrado el hombre auriñaciense que, previamente, pudo haber vivido en la misma cueva. El cadáver fue depositado en una tumba cavada en el suelo con la paredes recrecidas. Se le colocó sobre el lado izquierdo con los brazos flexionados y se puso su cabeza, seccionada intencionadamente, junto a las manos. Al lado de la cabeza se colocó un pequeño animal ungulado, posiblemente un cervatillo, con las patas unidas entre sí. Los pies también fueron seccionados y sobre las piernas se colocó el costillar de un animal grande. Las amputaciones fueron probablemente realizadas con los dos instrumentos de piedra, de borde cortante, que también aparecen junto al cuerpo. Tras este ceremonial, se abrió a los pies de la tumba un pozo de ofrendas con un canalillo que comunicaba con el interior de la misma, y se cubrió con tierra formando un túmulo. Sobre este túmulo se hizo un fuego en el que se quemaron trocitos de ocre y algunas piezas de caza, de las que quedan los huesos, parte de lo cual se introdujo en el pozo que comunicaba con el interior de la tumba. El cadáver, después de ser sepultado, entró en una primera fase de descomposición, convirtiéndose en una substancia dura conocida como grasa cadavérica o”adipocira” que aún conservaba la forma del cuerpo humano. Mientras duró la adipocira, los sedimentos de la tierra que cubrían el cadáver pudieron adquirir endurecimiento y consistencia suficiente como para formar un molde negativo. Cuando la adipocira fue descomponiéndose, el hueco dejado por ella fue rellenándose por sedimentos de arcilla arrastrados por la filtración de las aguas. Así se formó el molde positivo con la forma del cuerpo humano pero constituido esencialmente por materia inorgánica, que las excavaciones arqueológicas descubrieron y que nos permiten saber los detalles descritos. La complejidad de este ceremonial funerario unida al hecho de que las tumbas estaban próximas al lugar de habitación, dentro de la misma cueva, indica una cierta atención a los muertos con los que se continúa manteniendo relaciones sociales después de la muerte. Pero nada podemos saber de las creencias que dieron sentido a este ritual.
M. Giménez
Creencias y ritos funerarios.
Serie Guias didácticas.
Museo Arqueológico Nacional